
Los espacios nos piden muebles para adaptarse a nuestras necesidades, pero los criterios que podemos seguir a la hora de amueblar son muy distintos. Hay quien prefiere tener el menor número de muebles posible y hay quien se decanta por el “más es más”. Saber elegir el número y el tipo de muebles constituye todo un arte para el que no hay respuestas tipo.
Hoy aceptamos con naturalidad que los muebles se integren en la propia arquitectura, pero paralelamente a esa tendencia, en los últimos tiempos cada vez adquieren mayor protagonismo los muebles que se pueden mover de lugar, los de toda la vida, esos que con su familiaridad, humanizan los espacios. Y seguramente, la convivencia de ambos tipos de mueble caracterice el futuro más cercano.

También hubo un tiempo en el que los muebles constituían un tesoro más que un elemento de utilidad. En la actualidad se les exige una funcionalidad, pero la amplitud de la función es de tal magnitud que no podemos considerar completo un objeto sólo por servir correctamente a un uso. Las funciones se extienden por múltiples territorios: el estético, el emocional, el poético, el sociológico, etc.
A mayores, los objetos poden tener usos muy diversos dependiendo de cómo interactúan con ellos las distintas personas. Una silla, por ejemplo, puede llegar a utilizarse como mesa, como galán, como escalera, como repisa, etc.
Por otra parte, con los muebles también aportamos simbolismo a un espacio. Detrás de cada elección hay grandes matices de significado y, como en todo proceso de diseño, la coherencia representa un objetivo prioritario.
En definitiva, pensemos lo que queremos contar y a partir de ahí decidamos qué muebles nos ayudan a hacerlo.